Poemas de Ángeles Carbajal para leer.
Que no hayas existido,
que no existas,
que no hayas de existir jamás,
nada importa;
nunca sabré perderte.
Poemas cortosPoemas y poetas españoles
Tal vez tengas razón
y sea una tonta manía
la de intentar convencer a las palabras
para que escriban juntas un poema
que hable de ti, de mí...
si todo lo que somos ya lo saben
estos días azules
y a nadie más le importa.
Poemas cortosPoemas y poetas españoles
Volveremos a subir'
los peldaños granates de las tardes.
Pero antes, deja que se vaya
todo lo que te abandonó o abandonaste
y adivina quién
lee tus libros y escoge
para ti palabras
que se pronuncian o se callan
sin olvidarse nunca.
Flor de agua entre las manos,
bolígrafo y papel, adivina
quién enamora la luz de invierno
sobre el cesto de fruta de Caravaggio.
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Qué importa que no me quieras;
en la rama de un cerezo
la primavera se deja
tocar el corazón.
Poemas cortosPoemas y poetas españoles
Porque ya no sufro
ni sueño
con ella.
Porque tantas veces nunca,
tantas veces nadie,
tantas veces nada...
(y porque
a mi edad ya no soporto
despertarme en mitad
de una mentira)
empiezo a perderle
el respeto
a la vida.
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Salí del hotel, tomé un taxi,
tuve que huir con helada locura
de la ciudad que amaba.
No volverían a detenerse en ella
los pasos de la felicidad,
nunca más en el aire
iba a encontrar su risa, nunca más
la palma de su mano, su voz, su boca...
Pasaban las últimas calles
por mi cuerpo vacío
y mi alma sólo era espanto.
Mas el dolor anda y desanda
todos sus caminos,
y al cabo vale la pena un recuerdo;
el del amor perdido,
la delicia de las costumbres
que su ternura me regalaba.
Mis resacas, amigos,
nunca fueron de alcohol,
sólo de desesperanza y de tristeza.
¿Debí tal vez
confiaros mi debilidad
y dejarme llevar,
alegre y feliz,
por lo vivido?
Preferí tener sobre los hombros,
mala o buena, pero la mía, mi cabeza.
Cuando hice el idiota
fue a conciencia.
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La soledad no sabe
tomar decisiones por su cuenta,
llegar a un acuerdo, por ejemplo,
con su legítima tristeza.
Cuando todo lo perdido
rebrota en la medianoche,
amurallada y vencida
bajo la persistente consigna del frío,
se te acerca con los nervios arrasados,
espera que tú consientas,
necesita una vez más
dormir contigo.
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Pero, ¿alguien ha existido alguna vez
que no se retorciera de dolor por la dicha pasada?
John Keats
Bien lo sé, somos criaturas del aire,
de las corrientes aguas, puras, cristalinas,
de los árboles que se están mirando en ellas.
En un instante sube por nuestros brazos,
salvaje y espléndida,
la inmediatez de la vida;
al siguiente algo nos dice
que muy pronto será tarde y será octubre.
Pero seamos cautos:
a la sombra de otros días
esperan
el dulce veneno de los versos
y el mar abierto a la aventura.
A un paso del infierno
acecha el paraíso.
Tu carta se quedó inacabada
en el último renglón de la melancolía.
Llueve.
La habitación, casi a oscuras,
es una burbuja.
Detrás de los cristales
un cielo impetuoso
golpea lo que debiera deshojar;
verdes ramas
que hubieran debido ser nuestras
y son de la tempestad y de la lejanía.
Crece la humedad entre las piedras
de la casa que guarda a contraluz
otras vidas que fueron
realidad y sueño, prisioneras del tiempo.
Ellas conocieron también
esta verde soledad mojada de frío;
gotas de lluvia verde cayendo solas,
mojándonos de ausencia, mojándonos de sueño.
Mojadas están las cartas que escribió
la melancolía de la vida que huye
cuando tú no estás y la tarde
es tan sólo una tormenta de verano
y de nunca más.
Fue corto el viaje:
un instante, una eternidad, un mundo;
la vida entera.
Alguien me acompañaba
y se alejó después.
En soledad, no pude
soportar aquella dulce
tierra prometida,
y como alma que lleva el diablo,
hui.
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Al final caemos solitarios
junto a otros solitarios.
Sobre el puente levadizo de la noche
cruza la luna y parece esconder
su cara de exilio y contrabando;
cruza la luna y se lleva tus ojos,
y de repente tus ojos
son disparos al aire, pero yo,
que ya soy apenas nada más
que aire, no muero.
Áspera ciudad de angustia,
inventaré esta noche
una forma de melancolía
en tus húmedos lagos,
donde beben nebulosas
y yo tiemblo.
Y caeré en tus brazos
para que me rescate el frío
y apriete mi abandono
a su pertinaz respiración boca a boca.