Poemas de Ángeles Carbajal para leer.
Me cuentan que te vieron,
que llevabas un traje sastre,
un traje estilo en la edad
del remordimiento.
Yo que no tengo esa edad,
pero sí el remordimiento
-de lo que no te he sabido decir,
de lo que no me he sabido callar-,
decido que debo
salir al sol,
ver dos o tres películas,
plantar azaleas
y comprarme
una camisa de muchos colores
estilo estaba la pájara pinta
sentada en el verde limón.
Poemas cortosPoemas y poetas españoles
Recuerda: estos frágiles instantes
que caminan hacia el olvido
no son la vida, somos nosotros.
Ella seguirá distante,
no va a pedir disculpas
ni ha de volvernos a ver.
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Qué extraña toda esa gente.
Llenan los comercios, las calles, las oficinas,
amables, bien vestidos, sonrientes.
Qué extraña toda esa gente
a la que el corazón sólo obliga
a dejar de fumar y
hacer ejercicio moderado.
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Extraño despertar.
Abro el armario y encuentro
la toalla de aquella lluvia
de verano contigo.
Abro el armario
y encuentro ropa de entonces,
tan tibia al amor de ayer.
Y me parece extraña la vida.
Acaso no perdono
que las cosas permanezcan
cuando tú y yo
nos vamos convirtiendo
en difíciles recuerdos.
Será que no comprendo
por qué debemos irnos
sin árbol verde,
sin pozo blanco...
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Fui un loco enamorado,
pero un día atendí a razones
y ahora soy
la sombra airada
que recorre mi desconsuelo.
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Una gota de agua sobre un cristal se vuelve a veces
un borroso círculo de polvo. Yo no quiero que esta
lágrima -y por eso me la trago
se convierta en otra cosa.
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Todavía recuerdo tu mirada fija
y no 1a entiendo, ni sé qué decir
de aquella primavera
sitiada por los besos.
A ti y a mí nos debe carta un sueño
de orillas rotas y una nube
descubierta en la travesía
infinita del olvido.
Todas las ciudades tienen
semáforos que se abren y se cierran;
son pequeños paréntesis
del rojo al verde (ni rojo de labios,
ni verde de selva),
pequeños paréntesis de espera.
Y esperamos
al borde de la calle, quietos,
como inexistentes, un segundo antes
de retomar el paso con un rencor anclado
en mitad del corazón.
Nos debe carta un sueño, te repito;
tú y yo
no nos debemos nada.
Noche más allá de la noche,
cuando las palabras
no escriben el poema,
y el poema sin palabras
es el poema infinito.
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De un azul cielo, y leve, y perezoso,
pasean al atardecer, entre el día y la noche
como entre dos delicadezas.
Sonríen mientras leen, y en sus pupilas
hay algo transparente, tan dulce,
tan nunca sabré cómo ni por qué...
Desde las sillas verdes
que salpican los jardines,
apacibles ancianas me regalan
un instante de su serenidad,
sonríen al vernos pasar; jóvenes viajeros
con grandes mochilas y sin paz.
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Se vuelve al lugar de la dicha
para saber que fue cierta,
que mienten las pupilas rotas de febrero,
el miedo en el reloj;
el asfalto que brilla en la noche
y se duerme
en una esquina de tu cama.
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La arena de otra orilla,
la noche de otro cielo,
una silenciosa madrugada
con el mar al fondo
como un sueño.
Otras manos en mis manos.
Otras calles y no éstas.
Mi vida
es una cita a ciegas
a la que nunca llegas tú,
o de la que ya te has ido
para siempre.
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Desengañémonos:
aquellos que más nos quieren
no nos convienen nunca.
Acaban siempre
por tener que tomar alguna
decisión muy grave; nos dejan.
Cuando unos días más tarde
nos caemos en medio de la calle,
de dolor, de debilidad, de desamparo,
alguien a quien ni siquiera conocemos
es quien nos ayuda, y al despertar
en cualquier camilla de hospital descubrimos
en la enfermera de turno que nos cuida
los ojos más dulces de la tierra.