Poemas de Ángel García López para leer.
Cuando nos veamos
¿nos conoceremos?
¿Seré el mismo por fuera,
tú la misma por dentro?
Cuando nos veamos
-si alguna vez nos vemos-,
¿seremos los que somos
los que fuimos seremos?
Cuando nos veamos,
cansados ya de vernos,
seremos estos mismos
que han dejado de serlo?
Poemas cortosPoemas y poetas españoles
Tú eres un vino, amor, dulce y espeso
que en cepa viva bebo enamorado.
Tú eres mi vino, mosto soleado
siempre recién pisado, siempre ileso.
Tú eres un vino, amor, que deja peso,
poso en el alma herida sin cuidado.
Tú mi oloroso o fino, amontillado
en el lagar azul de nuestro beso.
Borracho yo de ti, de tan beberte,
de tan sentirte en mí, de tan tenerte
midiéndome la sangre como un vino.
Vino del sur, jerez de mi bodega.
Y aquí mi corazón, juega que juega,
adivinando rectas al camino.
No lo podrás creer, pero los días
-hondón de soledad, arte cisoria-
se me pasan llorando en la memoria
y contemplando tus fotografías.
No saber nunca que me morirías,
lejana luz, herida transitoria,
y otra vez regresara a aquella historia
y a desbesar tus manos de las mías.
Y a mendigarte lo que amé: tus ojos
-oceánicos pájaros, ficciones
donde el cóndor y el vuelo ultramarino-
y el predio dulce de tus labios rojos
-ay, muro eterno de lamentaciones-
y el mar de nieve de tu cuerpo andino.
Si no fueses así, tan miniatura,
tan proyecto de madre o tan semilla,
si fueses ya mujer y no chiquilla,
cimientos de lejana arquitectura...
Si no fueses así, si tu cintura
fuese ya como un pozo, y tu mejilla,
hoy tan niña y sin polen, tan sencilla,
tuviese más aroma que frescura...
Si no fueses tan breve, tan pequeña,
hasta tus brazos fuera mi navío
buscándole a tu cuerpo el abordaje.
Buscándole a tus ojos esa enseña
con el más puro amor, donde el rocío
juega a sentirse hoguera bajo el traje.
Quien puso en ti su mano tuvo ardiendo
la carne y perfumó su corazón.
Desde entonces mi piel se ha acostumbrado
a dormir en una sola habitación.
Después de tanto tiempo de visita
los dedos aprendieron la lección.
Las brasas de por fuera son por dentro
distintas al tocarlas como son.
Andar entre tus cosas una noche
es igual que asomarse a algún balcón.
Los brazos se hacen huéspedes sabiéndose
un jubileo y una jubilación.
Desde entonces no hay nada que no sepa
a mercado y a venta de ocasión.
Quien puso en ti su boca ha conocido
las pavesas de su incineración.
Amar es muchas veces una herida
con una cicatriz de quita y pon.
Quien deja sus dos ojos en tus labios
enferma al encontrar su curación.
Ahora recuerdo cómo anduve a tientas
hasta oírle la voz a la emoción.
Quien puso en ti su mano ha sucumbido
al fuego de su propia combustión.
Quien puso en ti su mano tuvo ardiendo
la carne y perfumó su corazón.
Desde entonces mi piel se ha acostumbrado
a dormir en una sola habitación.
Después de tanto tiempo de visita
los dedos aprendieron la lección.
Las brasas de por fuera son por dentro
distintas al tocarlas como son.
Andar entre tus cosas una noche
es igual que asomarse a algún balcón.
Los brazos se hacen huéspedes sabiéndose
un jubileo y una jubilación.
Desde entonces no hay nada que no sepa
a mercado y a venta de ocasión.
Quien puso en ti su boca ha conocido
las pavesas de su incineración.
Amar es muchas veces una herida
con una cicatriz de quita y pon.
Quien deja sus dos ojos en tus labios
enferma al encontrar su curación.
Ahora recuerdo cómo anduve a tientas
hasta oírle la voz a la emoción.
Quien puso en ti su mano ha sucumbido
al fuego de su propia combustión.
Tú, que tienes el tiempo sobre la mano y lloras
y piensas de mi vida que un astro es apagado,
me ofreces una carne de sueños y de esporas
y una larga abundancia desde el lecho habitado.
No encuentro otro homenaje más hermoso que verte.
Mirarte es entenderle su inocencia al rocío.
Tu cuerpo es en la tarde como una almena fuerte
donde hacerse una casa protegida del frío.
Abeja de ti misma, libas de ti, frecuentas
el calor que a la noche destinas y desmayas.
Eres como una alcoba donde el aire aposentas,
como una nube joven que enviudase en las playas.
Solo un campo contiene soledad tan desnuda.
Tiembla, frágil, la alondra que en tus pechos anida.
Me miras y te ofreces desconsolada y muda.
Vuelas como una lluvia que creciese dormida.
Oculto anda en tus ojos un olivar furtivo.
Por dentro de tus pechos se muere un gladiolo.
Tus labios se hacen grandes y el sol diminutivo.
Grita un corzo en tu cuello desamparado y solo.
Detrás de tus mejillas un pueblo hace su fiesta.
Tendida eres un lago que su vientre inaugura.
Eres tu misma sombra, destronada y depuesta,
que amanece gigante desde su desventura.