Poemas de Ángel García López para leer.
Cuando me llegas con tu luz y ordeno la gran copa caliente,
tus cabellos, tu novia mano de lebrel.
Y acuesto la carne junto a ti,
dejado el ventanal con sol, todo el silencio en sombra.
Y se deslumbra el aposento de un túnel sin color.
O bien tus dedos, arando mis mejillas con su lento
peregrinar -mirándome por dentro como al olor-
van a pastar sus ciervos en el pómulo,
alertan nómadas del corazón.
Sí, oculto, llega el sueño a sazonarse con el lugar y,
hondero, hace oficio del párpado con gesto de tórtola.
Y te duermes, y un almendro florece en ti.
Si luego, ya
despiertos,
te miro y nace el aire, abre un espejo de mocedad,
se sana el rostro enfermo de la sábana.
Y, dócil, quema el trébol del labio su poder,
se entrega al fuego la juventud.
Y si, después, volvemos, tal un jardín,
a contemplar el cielo con pájaros. Y cantas.
Y en el cuello sopla el alisio su esplendor, el cierzo
mueve la alcoba, anida así un jilguero, otra vez en tu mano.
Y ve el estruendo devastarse ciudades de piel, pueblos del tacto,
sitios nobles y, a lo lejos, arde un pinar,
entonces se que cuerpo aventajado es mi vivienda,
el centro del amor. Y te amo.
Y sé del reino donde tengo mi exilio. Y mi alimento.
Es elocuente cuanto no te diga, pues ninguna
palabra clarifica .
como el silencio.
Decirte adiós es esta copa larga
con un sabor a nunca. Sin embargo,
perdido entre el alcohol, hay en su fondo
un verso.
Ese es el tuyo. Bébelo
no despacio, pero no tampoco
con la aceleración de quien se marcha
y envenena el cristal. Deja que el vaso
pueda hablar en tu boca. Y, aunque al fin vacío,
mantenga su temblor. Ya que quien ama
para siempre lo hace.
Poemas cortosPoemas y poetas españoles
Por no hacerle la guerra a la costumbre,
allí, en el probador. Allí tus pechos,
tan blancos, tan franceses, tan derechos,
tan altos como el álamo y la cumbre.
Buscando habitaciones en la lumbre,
sitios para la nieve, tibios lechos,
el mar se hizo cascada en tus estrechos,
ronda de espuma en cárceles de azumbre.
Allí, en el probador, ya desbocados,
luchando con la seda y el encaje,
la lanza de la miel rompió la herida.
Y altivos, sin ceder, soliviantados,
Mont Blanc del probador y su paisaje,
alzan triunfantes su total medida.
En un lago asustado se confía
la exacta cuadratura de tu nieve
y, ya un espejo rosa, roza leve
la leve forma de tu geografía.
Por saber tu jersey topografía
asoma en dos colinas lo más breve;
lo más punzante, donde no se atreve
un alfiler a ser fotografía.
Y debajo, ciñendo tu cintura,
tu cuerpo sometió a la arquitectura
lo más desconocido del rocío.
Debajo, acampanándose en la tela,
lo más rosado de la duermevela
y un claro arroyo convertido en río.
Llueve Janine. La azul cristalería
del agua se estremece en el tejado.
En la calle, el invierno. Aquí, a tu lado,
calienta el sol, la carne se confía.
Fuera, llueve. La triste melodía
de la lluvia de enero te ha llenado
de una música nueva. Se ha dorado
contigo el pastizal de la alegría.
El reloj de la torre da las nueve.
Traza una curva azul el agua. Llueve
sobre el tambor de piedra de la acera.
Dentro, contigo, el corazón se sabe
reconfortado y puro. Sol suave.
Gozoso mayo, mientras llueve fuera.
Lo malo es que se olvida y un puñado
de tiempo se nos marcha hacia la nada.
Lo peor del olvido es el que en cada
cosa que fue vivimos de prestado.
¿Alguna vez leeremos del pasado
su página feliz como borrada?
¿Nuestra memoria ya desmemoriada,
sólo andará sobre lo desandado?
Lo peor del olvido es lo que olvida.
Que tanto ayer, eterno y de por vida,
se marche por la calle en que ha venido.
Porque será... Más tarde o más temprano
se nos irá el recuerdo de la mano
a deshacer su rostro en el olvido.
Por ser tu boca tanta, tan segura,
y abril tan loco y poco recatado,
yo llegué hasta tu labio desbocado
en busca de tu boca y su aventura.
Y te probé la miel, y su dulzura
dejó mi labio rojo tan manchado,
que mi pañuelo luce hoy un bordado
envidia de la aguja y la costura.
Por ser tu boca tanta y tan esquiva,
se bordó tu inicial en mi pañuelo
con «B» de beso y letras en cursiva.
Y ahora es como un pájaro. Su vuelo
lleva una mancha roja en carne viva
subiendo hacia los aires, hacia el cielo.
Recuerdo a Miss Gilmore, preludio de la nieve,
ébano solitario, violeta lastimada,
con un pájaro loco bullendo entre las manos
y en las tersas caderas un surtidor de agua.
Recuerdo sus cabellos, sus ojos infinitos
con un rumor de lumbres y selvas africanas,
y una cinta de flores llenándole los labios
de una fiel primavera de besos y de magias.
Parece que está cerca, que estoy tocando el fuego,
su cintura pequeña envidia de las palmas,
o los negros alcores de su cuerpo perdido
lleno de luces tibias y luces de Manhattan.
Viajero de los mares, un jazz de golondrinas
me acercó el imposible perfil de las acacias.
Siento sus manos, oigo como una lluvia triste,
como un gorrión herido temblando en mis espaldas.
Fue una vez -¿hace siglos?-, cuando el aire venía
indagando el secreto del polen de las blancas.
Antes de ser recuerdo su boca de azabache,
sus labios combatidos, magnolia inexpungada.
Y hoy perdida en el Este, subiendo rascacielos,
llevando soles altos al nido de la escarcha,
Miss Gilmore imposible, postal de un sueño apenas.
Perdida de mi cielo, turista de galaxias.
Suena este mar, tu corazón, bajo la piel.
Bello el reloj, se mueve .
Anda del seno tu lugar.
Potro en la nieve, se hace nuca su belfo.
Come de la bandeja blanca de las sienes.
Muere de delgadez. Y es ave,
relámpago concéntrico con peces
hechos música, luz, bolsa obediente
del diapasón.
Feliz más que una playa, acude al vientre,
Edifica del agua la esbeltez. Allí te crece
como un inmenso pájaro. Y distiende
alas de olor sobre el cantil, te bebe
la piedra transparente del cuerpo.
Después, yedra invisible, baja hasta el pie.
Jinete, torre en el cuero juvenil,
tambor de lo turgente,
cede su forma a la presión.
Sonoro resplandece.
Te late en las paredes de la carne que beso.
Se convierte en ruido de unos bosques,
en rostros de violines
que pulsan de ese alegre sitio del sol.
Y así la noche emerge solícita.
A tus manos, que hablan en la sombra
su celeste palabra.
Su situación de fiebre y de jardín.
Su fuerte voz.
Y así mientras conoce, la boca vibra,
enciende su tacto.
Llega al hombro con presencia de río,
pone caricia y redes a la virtud.
Transita entre los sauces y el aire adolescente
que amo, fruto interior silvestre.
Cuerpo tuyo que canta.
Y aventa de mis dedos respiración de mieses.
Este balcón da al mar.
Toco la espuma viajera, inagotable, de la orilla.
Sobre el balcón, volcado en La Castilla,
mis ojos dan al mar.
Lejos, la espuma dibuja un horizonte
que navega mi corazón.
Conozco cada grano de esa arena,
su nombre, su verano, su apellido.
Y el agua se me entrega
joven y dulce en la mañana.
Y canta su septiembre de sol.
En los cristales crece la flor de luz de los corales,
ruge lo azul de la escolar garganta del día.
Y aquel año, aquel desvelo que antaño fui, se asoma.
Y ve y en Rota esta ventana es mar,
y gaviota que le devuelve lo mejor del cielo.