Temas Poetas

Ángel Crespo

Poemas de Ángel Crespo para leer.

Ángel Crespo: Los árboles crecen deprisa

Mientras iban creciendo
estos árboles, yo
daba vueltas al mapa
diario de mis sueños.-
Y cada rama era
el nombre de un país, y cada hoja
una ciudad con torres o mezquitas
y siempre con un alma
en pena.
Y en otoño
me querían llevar al otro mundo
las hojas amarillas
y una calle sin nombre y sin ventanas.

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Ángel Crespo: No te asomes a ese jardín

No te asomes a ese jardín
ni quieras descubrir sus rosas.
Mueren tras ese idéntico
perfume, igual color,
y la sed llena el vaso.

No te acerques a ese jardín
si quieres que aún existas
y que tu amor de siglos no se apague,
y si amas la esperanza.

Déjalas bajo el sol: búscate dentro
esa otra cosa que renace y muere,
esa flor que sospechas que hay en ti,
esa rosa que fue, pasó, nunca hubo rosas.

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Ángel Crespo: Cuando te quedas solo, eres espejo

Cuando te quedas solo, eres espejo
de lo que fuiste:
una mañana
contemplada desde el balcón
entornado; unos pasos
armoniosos que no has seguido
para no derramar tu gozo;
unas cuantas palabras
que te cambiaron más que el tiempo;
una mirada que se ahogó
como luz en tus venas;
un viaje que nunca querías
terminar; tu alma ausente
de lo que te esperaba
al quedarte tan solo.

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Ángel Crespo: Hambres (A la luz III)

Los inmortales toman su sustancia
de tus cavernas infinitas, de
tus abismos que se hunden
como sube la hiedra por el tronco,
por el aire
baja el relámpago, ilumina
y retorna a su flor;
como el día se extiende
en sus estancias sin puertas ni cúpulas
que cierran todas las salidas
y entrecruzan sus dobles linternas,
de ti la obtienen. Nada nuestra,
acaparadora de ortos
innombrables, que un día surgirán
sobre tus pies desnudos,
tendrán, para nosotros, senos tales
que muramos sin preguntar
en su redondez impoluta,
miradas que sostengan las nuestras
sin apartarse, largas comas
undosas, en que está todo color
como en la luz, que nos los muestra, todos;
y, voz unánimemente profética,
en nuestra propia nada
contemplarán la que comparten ellos,
hombres de hambre con sed.

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Ángel Crespo: Himno (A la luz I)

Oh la hermosura de la luz,
que habla
sin palabras, y toca
sin llegarse, y nos sabe
aromar sin ser jara ni de rosa
forma o tinta mostrar. Oh la frescura
de la luz, río ancho,
lago profundo, alta
cascada, arroyo armónico
de sombra y de trinos
de hojas verdes
y alguna que se cae
marchita. Oh la ternura
de la luz que, pudiendo
cegarnos, sus profundos
ojos anida entre su propia alada
cabellera inmortal, que nuestro paso
aligera, pudiéndonos dejar
marchitos en el valle, que nos cura
los recuerdos más próximos
para que la podamos saludar
junto ala muro caído. Oh la cordura
de la luz, que nos deja desvariar
mientras ella sonríe
en el verde del junco, de la avena
en el ramo inclinado, y llora un poco
en la plata que arrastra
la brisa; que prefiere
repartirse en lo claro de lo oscuro
de la sazón. Oh la dulzura
de la luz que se aparta
al paso de la muerte
y, al punto, es más sustento
y más sabor -abeja
intangible y discreta
que de sí hace su miel-. Oh la figura
invisible y cambiante
de la luz, vista siempre
hacerse más y más
hermosura, más luz entre su luz.

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Ángel Crespo: Iban mirándome al pasar

En una cueva de un monte lejano
me refugié. Y era de día
y cantaba el agua en el agua
y el aire soñaba en el aire.

Me refugié para no huirme
y no encontrarme. Era de noche
y el monte aquel era de luz.

Nunca supe de procesiones
como aquéllas: vestían clámides
transparentes, sin fibras, iban
mirándome al pasar.

Lo que no tiene fin no se posee
ni nos posee: las miradas,
suyas y mías, eran formas
de otra forma de amor.

No hay dioses muertos si son dioses,
ni aquella cueva, ni aquel monte,
ni aquella luz, ni clámides
sin fimbrias, pues abrí
los ojos, y hasta el pecho
surgió el río del río.

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Ángel Crespo: Ignorancia de otoño

Para ignorar, hay que vivir.
Las manos ya se niegan
al testimonio de los días
y las noches paradas.

Maduras
pero todavía no asoman,
amargos, los gajos abiertos
que oculta tu temor.
Aún no ignoras bastante.
Temes el vuelo de ese pájaro
obstinado.
¿Transcurren, pues, las estaciones
o eres tú, tan absorto, el tiempo?

Sabes ya que la lluvia
no importa, que nada vale el plazo
de la espera.
Lo sabes
e ignorar es el alimento
del hombre -el de esta brisa
que no se sabe aire.

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Ángel Crespo: Jardín de Turena

La joven se sentó en la hierba,
se desnudó los pies
y amaneció más allá de la aurora.

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Ángel Crespo: En esta lluvia

Os palpé en esta lluvia,
no en el aire,
sino en la tierra, tras haber caído
-entre la hierba fría
y caliente, como una boca
grande y verde que no devora tiempos:
mis manos ahora huelen
a aceite de podrido
y lujuriante azahar (mis dedos,
ya planetas del árbol)
y también a una axila rosa
y al escozor de un vientre
no virgen, tras la lluvia.

Estabais allí tras el agua
-o sea, allí en la lluvia-
como jugando a ser espejos
más que su fibra ambigua,

pero era vuestro el aire.

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Ángel Crespo: Madrigal a Afrodita

Merced a ti la flor del aire es oro,
oro es la flor del trigo;
y la amapola roja,
rubia flor, pariente del oro.

Enloqueciendo al aire
y a lo escondido de la tierra,
haciendo caer lluvias amarillas
sobre las matrices del agua,
atas al monte con un nudo de oro.

Sube el polen los escalones
arriesgados del aire
con alas músicas, con trinos
más libres que de pájaros,
como el oro le trina al oro.

Y la cabellera te sueltas,
rubia y casta, diosa desnuda,
que acaricia al caer tu sexo:
y un espasmo corre en la espalda
bajo las olas locas de oro.

Una bandada de palomas,
grajas o ciervos, amarillos,
he visto en sueños: sus pupilas,
que me miraban fijamente,
despedían chispas de oro.

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Ángel Crespo: El muro

El peregrino llega junto al muro,
ya sin aliento, apoya en él las manos
y la frente, buscando refrigerio:

más pronto las aparta, que unas manos
y una encendida frente
lo sostienen del otro lado.

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Ángel Crespo: Ofrendas

En cada mano, el mundo deja
aquello que no tiene su medida:
lo que pesa demás, lo que es ardiente
en exceso -pues nadie
que tenga un alma puede
impasible aguardar como la estrella.

No es que no tenga luz, pero sus rayos
deben llegar a donde no ilumina
el fuego general -al subterráneo
de cada vida, al breve paraíso
que brota de su sed como un relámpago.

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Amado NervoFederico García LorcaGabriela MistralGustavo Adolfo BécquerJorge Luis BorgesLuis de GóngoraMario BenedettiOctavio PazPablo NerudaRosalía de CastroSan Juan de la CruzSor Juana Inés de la Cruz