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Alberto Ángel Montoya

Poemas de Alberto Ángel Montoya para leer.

El alba inútil: Poema de Alberto Ángel Montoya en español fácil de leer

Alberto Ángel Montoya: Ella

Ella está aquí, presente en la distancia
que separa su nombre de mi oído
y está aquí en el espacio estremecido
que hay entre mi recuerdo y su fragancia.

Ella se fue, y aún yerra por mi estancia
su nombre en su perfume diluido,
que por marcarle un límite al olvido
se hizo nombre y perfume la distancia.

Ella está aquí, presente en el abismo
de su ausencia en aroma. En el amargo
acento de su nombre en mi mutismo.

Que de tan corto amor, dolor tan largo,
sólo es nombre y perfume... Y sin embargo
yo pude acompañarla hasta mí mismo.

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A una amazona: Poema de Alberto Ángel Montoya en español fácil de leer

Alberto Ángel Montoya: Ana

He vuelto al puerto tropical que un día
miró el reposo de mi sed liviana
bajo la sombra de tus brazos. Ana,
tu boca era una fruta al medio día.

Después amor y estío en romería.
Viajes por hielo en el borgoña grana.
Y tras el vino, la caricia vana.
Mío el desdén y tuya la porfía.

Hoy de otro cuerpo mi placer se ufana.
Al «Café de los guamos» todavía
llega en vinos nocturnos la mañana.

Pero un dolor invade mi alegría:
no haberte amado cuando fuiste mía
y amarte ahora que te sé lejana.

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Alberto Ángel Montoya: El beso

Un pebetero erótica fragancia
de ámbar y nardo en el salón deslíe,
al par que en bronce un sátiro sonríe
impregnando de mal toda la estancia.
Verde malva es el traje, y tu elegancia,
porque a su encanto mi pasión confíe,
mientras las copas un efebo escancia,
perversamente en el diván se engríe.
Súbito el vino tu fervor desmaya
en un rictus de amor. Mi mano ensaya
buscar el seno repulido y breve.
Y cuando tú revives de la ignota
languidez pasional, mancha una gota
de sangre tibia tu mentón de nieve.

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Alberto Ángel Montoya: Campo de caza

A la sombra del bosque de tu oscura melena
me acechaban tus ojos como lagos siniestros.
El fuego de tus labios orientó mi camino
porque perdí la ruta cándida de tus brazos.
Mi ruego era un anuncio de huellas bajo el alba.
Vislumbré enardecido las cumbres de tus senos,
y al sentir el efluvio de tus vírgenes frondas
azucé mis lebreles por tus flancos desnudos.
A su raudo galope de besos, se ofrecían
en una primavera de incógnitos asombros,
los núbiles senderos florecidos de nardos
y las cálidas grutas de capitosos musgos.
Iniciaron colinas y ganaron florestas.
Y al final, ya enervados por las rutas ansiosas,
alígeros cayeron sobre el valle de nieve
donde temblaba inquieta la gacela escondida.
Mujer,
— maravillosa selva donde yo me he perdido —
tú fuiste a mis instintos como un campo de caza.

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Alberto Ángel Montoya: Cena

Una historia de ayer traza tu fino
labio en carmín, y es hoy en tus ojeras.
Y hay un collar de olvidos y de esperas
si se yergue tu cuello alabastrino.
Las orquídeas ensayan tu destino
en un haz de fugaces primaveras,
y se curvan tu labio y tus ojeras
a la vez sobre el llanto y sobre el vino.
Pero no lloras. Elegante y ducha
en el amor, sonríes a la pena.
Un llanto oculto con tu risa lucha,
y así bebes y ríes. Mas la cena
es ya el recuerdo de otra cena. Escucha:
son los «Cuentos de los bosques de Viena».

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Alberto Ángel Montoya: Cita

Cómo era de hermoso el albo cuello
al quitarte la marta cibelina.
Cómo era la espalda de divina.
Cómo el hombro en su albor era de bello.
Emuló con sus uñas el destello
del diamante nupcial tu mano fina,
y cayó con la marta cibelina
tu pudor a mis manos desde el cuello.
Te cercaban batistas y pecados
y a un tiempo con tu veste descendía
mi caricia inicial por tus collados.
La tarde aún en tu diamante ardía,
pero al vagar por tus oscuros prados
la noche negra comenzó en tu umbría.

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Alberto Ángel Montoya: La cita II

Una historia de ayer traza tu fino
labio en carmín, y es hoy en tus ojeras.
Y hay un collar de olvidos y de esperas
si se yergue tu cuello alabastrino.

Las orquídeas ensayan tu destino
en un haz de fugaces primaveras,
y se curvan tu labio y tus ojeras
a la vez sobre el llanto y sobre el vino.

Pero no lloras. Elegante y ducha
en el amor, sonríes a la pena.
Un llanto oculto con tu risa lucha,

y así bebes y ríes. Mas la cena
es ya el recuerdo de otra cena. Escucha:
son los «cuentos de los bosques de Viena».

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Alberto Ángel Montoya: Las copas

Para buscar el alma de los vinos
no me basta mi cáliz cincelado.
Quiero altas copas de cristal tallado
que imiten largos cuerpos femeninos.
Copas en cuyos bordes cristalinos
el vino fuera un beso prolongado,
ya que en todas las bocas que he besado
los besos fueron capitosos vinos.
Unas en cuya euritmia transparente,
nuestros ávidos ojos evocaran
giros de amor en cuerpos de serpiente.
Otras castas cual núbiles doncellas,
y tan frágiles, ay, que se quebraran
en nuestras manos al beber en ellas.

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Alberto Ángel Montoya: Dos mujeres

Agua amarga de un mar cuya ribera
era el párpado azul. Qué cielo ido
de ese mar a otro mar, entristecido
de lágrimas también y azul ojera.

Yo las amé a las dos. La una era
triste y frágil y pálida de olvido.
Y la otra... ¿la otra?... hubiera sido
-si sido hubiese- igual a la primera.

¿Qué misterio de amor será este vano
ambicionar el fruto no caído,
cuando se tiene el fruto entre la mano?

Y soñar en un cielo descendido,
soñándolo lejano, y tan cercano
de una mar a otra mar el cielo ido.

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Alberto Ángel Montoya: Es un dulce presagio

A batallas de amor, campo de plumas...
Luis de Góngora y Argote

Es un dulce presagio de combate
este extenderse entre la bruma intacta
de frío albor que con tu albura pacta
porque el goce sus ímpetus desate.

Esta albura de lino, y esta mate
palidez que en tu vientre se retracta
en un sitio no más, con esa exacta
negrura azul que alértase al combate.

Largo tu brazo en su extensión dilata
la espera voluptuosa e intranquila;
mas cae al fin la niebla de tu bata,

cuando ante la pasión que los vigila,
de algas y sal al ósculo pirata,
se abren lentos los golfos de tu axila.

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