Mujer de ojos verdes, como el recuerdo dulce de la vida campestre.
Arbolillos de leche tiemblan en tu retina
junto a islas de verde sustancia evaporada.
El más pálido aire, reverdece a tu paso;
como un libro de alfombras y nardos deshojados;
como un ángel desnudo en un claro del bosque ;
como el color muriente que atraviesan los nómades...
Tú, en las manos que imploran, al caer, con los náufragos;
en las alas que arrastran los sauces caminantes;
en el sulfato ileso del océano amargo ,
en la albúmina tierna que roen las cigarras;
en el ramo erizado que abrazan las novicias
muriendo como lirios, en soledad de sexo...
Tú en el agua viajera, redonda como el mundo,
en el éxtasis breve de la hierba naciente.
Suavidad en la escala más tierna del Domingo.
Ligera como un ala de menta en las falanges.
Ligera como el hoyo de un nido en los manzanos.
Vaporosa nodriza de una cuna de tréboles,
ala de margarita que retoña las hadas...
Tu mirada es la infancia del color de la tierra.
El camino de azúcar que abre la primavera,
con una cuadrilla exacta de golondrinas ágiles
en la clara materia que alimenta los campos...
A usted que malsonó
va sonando mi verso
Recuerdo de usted su lejanía
Lilaila Leililí Liliputiense
Mis piernas en sus ojos
y no las alcanzaba
Talvez olvidó correr mientras corría
Ocho su corazón hortiga
emerge sin bulla en este escándalo
cuando ladro como lora sin descanso
N0 sé que hacer con usted
dónde esconderle
No sé si me comprende pero se que me rabia
No sé si me bebe entera con el vino
No sé si usted me escupe
y le caigo en la cara
¿Recuerdas
cuando era el teléfono un pájaro
cantando en el alambre... ?
Nunca creíste
que sólo se trataba de un vil artefacto.
Eras insoportable.
Por eso hasta quisiste un lunes
regalarte.
Tenías la mirada llena de barcos.
Dabas de comer
a los perros del parque
y te sabías de memoria el número
de árboles,
a fuerza de ser viento,
de ser hoja,
de husmear
no sé qué estrella entre las ramas.
Eras
un raro espécimen,
una degeneración futura,
un grifo siempre yéndose,
ya ni sé qué decirte,
eras
algo bastante feo que me gustaba.
Te pregunto,
por preguntarte,
porque sí,
porque llueve
y algún entremetido te ha empujado:
¿Qué harías si te dejara libre,
si de un manotón quitara la montaña ...?
De ley
irías a refugiarte en la ternura,
a estrellarte en el borde de un retrato.
A escabar en el suelo un sucio anillo
del que nacieron rosas,
lombrices,
telarañas.
Tú,
siempre serás tú.
No habrá abracadabra que te cambie.
No habrá
reencarnación que te libre del lodo de los sueños.
No habrá forma
de librarse de ti
ni estrangulándote.
Oye:
no vayas
a suicidarte.
Me es indispensable tu presencia:
triste,
desafiante.
Terminada en punta
-como una hoja-
detrás de la ventana.
(Entré al atardecer, con sol perdido)
El patio lloraba una estatua vacía.
Profundos caballos de polvo viajaban
hacia los lugares más vagos del moho.
Un hoyo remoto pasaba a la nada.
El vacío entraba con sus muchedumbres
y con sus inmensas campanas ya mudas.
Oí un paso dado en otra centuria
y ví en una cisterna el muñón de mi alma.
Un viento blanquísimo dormía doblado
en un seco lienzo de aves olvidadas.
Un reloj yacía en ácidos profundos
y el peso de un pájaro recorría el muro.
Una niña muerta soñaba en un cuento
dicho desde una alta ventana de niebla.
Hacia atrás viajaba un abecedario,
los días antiguos eran los primeros
por una pequeña compuerta de naipes...
(En un muro blanco, hallé esta leyenda:
«El 7 de marzo murió María Eugenia» ).
Arriba en la tarde flotaban obispos
con lámparas llenas de azufre y de trigo.
Arriba en la tarde,
y no era yo mismo el que había vuelto.
Era un extranjero al que a veces lloro
y en el que ya he muerto...
Con el frú-frú sedoso de femenil enagua
deshilaba en la costa sus encajes el agua...
Oh, la isla melodiosa!
surgía de las ondas como una enorme rosa
primaveral, o el cuerpo de la niña;
era la voluptuosa
isla donde vendimia Amor su roja viña...
Oh, ingénuas albas! Oh, inocencias! Era
en la frescura de la Primavera
blanca de lirios opulentos. Sobre
el mar azul marchaba mi galera.
Sonaba el viento sus eolias flautas
y daba el mar su fragancia salobre
que fue el incienso de los argonautas.
Y sonó entonces el erótico
llanto de las oceánides, en las rubias arenas
soplaban caracoles rosados las sirenas;
se cerraron los Párpados Por el influjo hipnótico...
y el triunfo fue de las sirenas...!
Al fin, dejé esas playas. ..(Descendía la noche
Ulises, en la sombra, me daba su reproche...
Blancos miembros desnudos
de mujeres, quedaban en la playa fragante;
y teñidos de sangre vi sus brazos menudos
al temblor luminoso de una estrella distante...
Me incorporé...(Mordía en mis carnes el frío...).
Y miré un corazón palpitando en sus manos;
llevé mi mano al pecho... y la encontré vacío...
Y seguí, oyendo el ritmo de los astros lejanos...!
Tus ojos
golondrinas con Sede
en la sed de Miss ojos
De sed en sed
los busco
y
el
a
gua
no
aparece
A B R E T U S A L A S
Poemas cortosPoemas y poetas ecuatorianos
Entre la arena, es la concha
lápida recordativa
de una difunta gaviota.
Poemas cortosPoemas y poetas ecuatorianos
en los confines de nuestra selva
un hilván de truenos
jolgorio jolgorio
bebes del jarro de una alfarera
bebes y no derramas ni un sorbo de chicha
de las hojas de plátano caen los líquidos que necesitamos
gota a gota
pegan el día con la noche
sujetan la piedra a la mano que muele el camino
y cuando amanece
retiene la luna prendida al cielo como un aerolito
no dejes de beber
amor mío
otras mujeres me han dado su saliva
masticaron también nuestras raíces
bailando
con los pies pintados de huituc
-debo decir- con mis sandalias de carbón que no resbalan
bailando
mientras tomo tus manos
y tus besos
como el órgano de la catedral
como sus tubos
largos
como el dejo de sus bajos
tus besos hondos
graves como la octava de pedales
cuyas lentas vibraciones son las últimas que escucha
el oído humano
fértiles como el teclado de tierra
y la resonancia de sus pesados temblores